
Comenzamos con una duda: no sabemos si la oportunidad la pintan calva o si la hemos cogido por los pelos. Sea como sea, afortunadamente tenemos plaza para la última ruta del VIÑOBUS por la «Ruta do Viño do Ribeiro». Estamos a 22 de septiembre y nos preparamos para disfrutar de una jornada diferente en las tierras del Ribeiro y O Carballiño.
La elección parece afortunada: acaba de comenzar la vendimia, finalizó la partida de póker entre el hombre y el clima, esto puede constituir una experiencia realmente excepcional.
El programa ofrece tres variantes para coger el autobús: centro de Ourense, estación del tren o Ribadavia. Optamos por la segunda por la facilidad para aparcar.
El microbús aparece puntualísimo a las 9:10. Acomodándonos en el asiento nos embarga el primer temor: el horario de la ruta es de 10 a 19 horas. ¿Será demasiado temprano para degustar ribeiro? ¡Afrontémoslo como un aliciente más!
¿Somos 15 o 16 personas? Un fantasma revoloteó entre nosotros durante toda la jornada. Nuestro guía, Óscar, sufrirá sus embrujos. Galicia tiene estas cosas. Y Ourense las suyas, por ejemplo el calor, que con frecuencia le hace marcar las máximas de España; algo poco previsible para tierras gallegas, pero que nos sirve de solución a un primer porqué.
Vamos a visitar el genuino valle del Ribeiro, una particular obra de la naturaleza que parece creada y protegida para producir vino. Algo que los romanos descubrieron rápidamente. Este era «el lugar», y desde entonces aquí se ha producido vino de forma incesante.

En un par de milenios da tiempo a sufrir muchos bandazos, y así ha sido. A lo largo de la edad media, con la gran labor de los monjes, el vino del Ribeiro se hizo famoso en toda Europa, que es como decir en todo el mundo: competía con las mejores regiones de Francia. En el siglo XVII se encontraba en su máximo apogeo, su valor en el importantísimo mercado inglés doblaba al de los vinos de Burdeos. Era una época de gran esplendor que se vio cortada por una decisión político-económica-religiosa… y algunos apellidos más. Se prohibe comerciar con el enemigo inglés. Se acaba el gran negocio.
Pero aún vendrán tiempos peores. Incluso plagas: filoxera, mildiu, el persistente oidio… Nuestro ribeiro se fue transformando en un vino de bajo coste. Un bajo coste que tiraba de la demanda. Había que producir más y con las cepas tradicionales no era posible. Se importaron cepas de palomino de Jerez de la Frontera. La producción crecía, eran los tiempos del vino a granel. Pero el ribeiro ya no era ribeiro.
Por fin llega el gran cambio. La segunda denominación de origen más antigua de España no podía consentir esta situación tan triste. Llegaron nuevos productores, recuperaron las viejas cepas de treixadura, de albariño, de loureiro, de godello, de dona branca… y el ribeiro vuelve a encontrarse al inicio de otra nueva época dorada.
¡Vamos a disfrutar de ello!
Iniciamos la jornada junto a la Iglesia de Santa Baia de Laias, en la que una curiosa inscripción nos recuerda que era un recinto sagrado que cambiaba condenas por penitencias. Junto a ella comenzamos un delicioso paseo pegados al embalse de Castrelo de Miño. Estamos a finales del verano y hace calor, pero el paraje es mucho más verde de lo que podríamos imaginar. Helechos de especies protegidas, alcornoques y plantas especialistas en absorber la humedad de las nieblas nos acompañan camino de la primera bodega.

Llegamos a Priorato de Razamonde, una denominación que ya nos evoca a los omnipresentes monjes. Y que debe mucho al arquitecto David Vázquez-Gulías, que en su momento recuperó viejas cepas. Los actuales propietarios siguen ese legado con pasión. La pasión es innata al vino y a todos los que caen bajo su embrujo.

Sobre una loma, desde la que divisamos los viñedos y la citánea de San Cibrao de Las, nos hacen probar una variante de treixadura 100% que podemos encontrar en las mejores tiendas gourmet. Después vendrán otras variantes de blancos y tintos llenos de aromas intensos y de buena estructura, lo que teóricamente les hace resistentes al transporte… así que nos llevamos unas cuantas para casa. Hemos empezado bien. Descubrimos los rosales plantados en las cabeceras de las hileras, las rosas son un termómetro perfecto que anuncia los problemas de salud de los viñedos; también probamos uvas en la vid, vimos las primeras labores de vendimia y los ya habituales estragos de los jabalíes.
Subimos al bus con gran sabor de boca.

Nuestro siguiente destino es una gran bodega: la Cooperativa Vitivinícola del Ribeiro, propietaria de la marca Viña Costeira. En primer lugar nos llevan al mirador de San Cibrao. Al frente una de las más bellas estampas de la provincia; a nuestra espalda otra: hombres y mujeres vendimiando, mezclándose con el paisaje. Esta es una gran bodega, pero el trabajo artesanal se encuentra al principio de su cadena, un trabajo manual realizado con la delicadeza que las uvas merecen. Un trabajo endurecido por el calor, del que se recuperan comiendo bocadillos a la sombra. Puro paisaje humano.


En la fábrica esperan las máquinas. Modernas y brillantes realizan su labor para que nada se desperdicie: de aquí saldrá vino, aguardiente, licor e incluso combustible sólido gracias al trabajo de la despalilladora.

En una hermosa sala, decorada con la larga tradición de los diseños de sus botellas, degustamos un Viña Costeira cuya nueva etiqueta con rombos parece advertir a los menores que deben esperar a que llegue su turno. Finalizamos esta visita conociendo sus viejas bodegas donde reposan algunos licores a la espera de su mejor momento.

Llega la hora de comer algo. Lo hacemos en Ribadavia, así todavía nos podremos permitir que Óscar nos muestre algunas de las curiosidades del barrio judío: pasteles hebreos, placas y escudos, un rosetón con una estrella de David que parece un guiño a la comunidad judía, con la que se mantenía una relación mucho mejor de lo imaginable, o la historia de las hermanas Touza, protagonistas de una particular lista de Schlinder, que salvaron la vida de centenares de judios de los nazis.


Subimos al bus para la última visita pensando que Ribadavia nos pide una visita con más calma. Sin duda lo merece.
Llegamos a nuestro último destino: Adegas Valdavia. Lo que se llama una «adega de colleiteiro», pensada para una producción máxima de 60.000 litros y siempre con uva propia. Nos hablan del valle. De lo fácil que aquí resulta producir vino blanco, siempre más delicado que el tinto. De lo cerca que está el mar, solo 50 kilómetros, pero de cómo las montañas nos protegen de sus aires húmedos.

Probamos el resultado de su trabajo, dos vinos opuestos. Uno explosivo, nacido tras las heladas del 2017 y otro muy elaborado, casi sofisticado, con una enorme variedad de uvas secundando a la treixadura. Por desgracia (o por suerte) aquí no podemos comprar con tarjeta. Solo tenemos dinero para una. Compramos la sofisticada. Desde entonces lamentamos no haber adquirido la otra. Ese sabor explosivo se quedó fijado en nuestro paladar.

Volvemos a Ourense, finaliza la Ruta do Viño do Ribeiro. La naturaleza es sabia y los romanos también lo eran. Tenían un sexto sentido para saber dónde buscar oro o donde cultivar vino.
Nosotros también volvemos un poco más sabios. Hemos aprendido muchas cosas y hemos disfrutado con ello. No podemos evitar recordar la divertida historia que nuestro amigo Eliseo Alonso, un sabio del vino, contó en uno de sus libros.
Había una anciana en la aldea que siempre estaba bebiendo vino. Todo el día, todos los días y en grandes cantidades. Ante la presión de sus vecinos buscaba ayuda en la capilla. Se sentaba a rezar y pedía en voz alta a Dios que le librase de esa afición desmedida:
– ¡Señor, por favor, te pido que hagas que deje de beber!
Ahuecando las manos y poniendo voz grave, se contestaba a sí misma, como si hablase el mismo Altísimo:
– No puede ser, no puede seeeeeer.